CIUDAD DE MÉXICO, 17 de abril (Al Momento Noticias).- Muere en el convento de San Jerónimo en 1695 la gran escritora Juana de Asbaje, Sor Juana Inés de la Cruz, exponente del Siglo de Oro de la literatura española, figura destacadísima en su tiempo y en su país, caso casi único de independencia personal femenina en una época en que la mujer no tenía otro destino que la vida privada a la sombra de los hombres.
La religiosa, poetisa y escritora mexicana en su tiempo tuvo gran fama en España y en México. Sus obras circularon en muchas ediciones a fines del siglo XVII y principios del XVIII.
Sor Juana estuvo dotada de una gran capacidad vital, que se expresaba tanto en su talento literario como en su apasionamiento amoroso o en su enorme curiosidad científica.
Esta curiosidad la hizo atropellar y vencer hasta el fin de sus días todos los obstáculos que le puso delante la costumbre de su época ni las disciplinas eclesiásticas una vez que se hizo monja.
Según sus contemporáneos, fue una mujer hermosísima, apasionada y vehemente, que amó y se hizo amar.
Sus versos de amor se han tratado de interpretar como alegorías místicas, pero no puede haber dudas de que son expresión directa, pero de gran delicadeza, del amor profano. Al mismo tiempo están entre los más sutiles y delicados jamás escritos.
De niña inquietó a sus padres con su idea de concurrir a la universidad vestida de varón, ya que las mujeres no eran admitidas entonces a los estudios superiores. Acabaron por enviarla a la ciudad de México donde devoró rápidamente todos los libros de la biblioteca de su abuelo.
Como ya a los 13 años su fama de estudiosa era muy difundida, fue sometida a un examen por 40 eruditos. El virrey, que presenció la prueba, dijo que se defendió “como una galera real en medio de chalupas” con analogía tomada de la navegación que es suficientemente reveladora.
Quizá un desengaño o su negativa total al matrimonio hizo que a los 16 años entrara como monja al convento de San José, de la orden de las Carmelitas Descalzas.
El temor que suscitaba su empuje arrollador hizo que uno de los curas de su congregación, el padre Antonio, dijera: “Dios no podía haber enviado al país un azote más grande que dejar a Juana Inés en los círculos mundanos”; cuando la fama de su belleza era pareja a la de su sabiduría.
Sor Juana no era una visionaria. Era ortodoxa en su doctrina, clara y segura en sus ideas, fiel a su deber en sus normas de vida. Su dominio del arte no tiene evolución; su primer poema conocida, de cuando era una adolescente de 16 años, la muestra en plena posesión de los difíciles secretos del culteranismo.